
Cuando vi que iban a estrenar Tron Legacy (Joseph Kosinski, 2010), recordé vagamente un juego llamado Tron, muy surrealista, en el que se recorría la pantalla con un haz luminoso, a lo Serpiente de Nokia, pero compitiendo contra el bloc de notas, la calculadora, y demás programas de Windows. Evidentemente, busqué la película original, Tron (Steven Lisberger, 1982), y me encontré con una idea tremendamente original y friki hasta el infinito y más allá: entes casi humanos que conviven dentro de los ordenadores conformando un universo digital; los programas tienen alma y una vida, y han sido esclavizados por un programa superior al que en algún momento se le concedió demasiado poder.

En esta segunda entrega, el protagonista (Garrett Hedlund), hijo del que fue personaje principal en la película original, Flynn (Jeff Bridges) se adentra en el mundo digital en el que ha quedado atrapado su padre, encontrando un hostil y totalitario régimen liderado por Clu (Jeff Bridges de nuevo), un programa creado por Flynn que se le ha ido totalmente de las manos. Hay mucho más argumento pasada la primera hora de cinta, pero ya se sabe lo poco partidaria que soy de destripar más de lo estrictamente necesario, así que el que quiera saber más, que vaya al cine.
Y, para no variar, me he vuelto a equivocar con mis premoniciones, porque esperaba un 3D brutal y me he encontrado una auténtica bazofia. Para que os hagáis una idea, al salir de la sala:
Yo - Oye, ¿soy yo la única que estaba incómoda en las escenas 3D? ¿Se veían mal o es cosa mía?
Iris - ¿Escenas 3D? ¿Qué escenas 3D?
Por si no he sonado lo suficientemente convincente, no paguéis por verla en 3D, ni locos. Es tirar el dinero. De nuevo (no he visto un buen 3D desde Avatar).
Por lo demás, si las incómodas gafas que no me han servido de nada no me hubieran estropeado la película, diría que es un poco lenta, pero una preciosidad fotográfica. Tron Legacy es belleza en estado puro; los efectos son impresionantes, todo en el ambiente está pulcramente reducido a su mínima expresión, las batallas son un espectáculo de luz y color increíble (especialmente la de motos, que es sin duda la escena más impactante de la película), por no hablar de los personajes protagonistas: Olivia Wilde, Garrett Hedlund e incluso Jeff Bridges con sus 61 años, son todo elegancia y atractivo, cada uno añadiendo su punto de ingenuidad, aventura y sabiduría, respectivamente, lo que completa el cuadro a la perfección.
La música es una auténtica maravilla; Daft Punk (quienes, por cierto, aparecen en una de las escenas) han conseguido ambientar y dar vida a Tron Legacy de una manera absolutamente espectacular, a la vez que se han alejado de lo que se entiende por banda sonora de toda la vida (la mitad de los temas parecen sacados de una discoteca). Las únicas pegas que puedo encontrar en este aspecto es que una de las piezas principales es escandalosamente similar a las trompetas o lo que fuera aquello que sonaba en Origen, y que a ratos hay un cierto exceso de música que da al espectador la sensación de estar viendo un gran videoclip.
En definitiva, tengo ganas de que la pongan en la tele para que la estupidez del 3D no me estropee la maravilla estética que es Tron Legacy. Los amantes del cine palomitero no os la perdáis, os va a encantar; y los amantes de todo lo contrario dadle una oportunidad, a lo mejor os lleváis una sorpresa. Desde luego, desde mi punto de vista, merece la pena.