Me encanta San Valentín. Hay regalos, hay amor en el aire, hay flores
y bombones por todas partes. La considero una fiesta indispensable y me
alegro de que a alguien se le ocurriera inventarla.
O, para ser más exactos, San Valentín me parece una idiotez,
¡pero!
¡hay dos por uno en el cine!
No
tienes ni que explicarle a la chica de los tickets que ese tío que
acabas de conocer en la cola es, sin lugar a dudas, tu amor verdadero;
te cobran una sola entrada, te dan dos, y a correr. Así que San Valentín
me parece una maravilla de fiesta.
Con esta excusa he ido a ver
Los Descendientes (The Descendants, Alexander Payne, 2011),
en parte para comprobar que, efectivamente, la interpretación de George Clooney no es
para tanto y así confirmarme a mí misma que no entiendo su nominación al
oscar; sea como fuere, el caso es que
Los Descendientes
comienza con un trágico accidente de lancha motora (no uséis esos
trastos nunca, son peligrosísimos) que deja en coma a Elizabeth, la mujer de Matt King (Clooney), poniendo, a la fuerza, al hombre a
cargo de sus hijas Scottie, de diez años (Amara Miller) y Alex, de 17
(Shailene Woodley), a las que hacía más bien poco caso antes del
accidente. Esta extrema coyuntura y un descubrimiento de lo más desagradable acerca de su
matrimonio embarcan al padre y sus dos problemáticas hijas en un viaje
de lo más surrealista, en el que Matt tendrá que aprender a
dominar la situación que se le ha venido encima.
En general, tengo que decir que, para mi gusto, la cinta no
alcanza las espectativas. Aunque reconozco que tiene varios puntos a su
favor:
Para empezar, un sentido del humor que hace que uno
no se arrepienta de haber ido a verla, especialmente gracias a Sid
(Nick Krause), un amigo de Alex que se presenta casi al principio de la
película y se acopla a la familia sin siquiera pedir permiso; el chico
está tan sumamente atontado que hay ganas constantes de que aparezca
para ver qué estupidez va a decir esta vez.
Por otra parte, los personajes tienen un gran trasfondo, yendo todos ellos más allá de lo que aparentan en un primer momento; por último, es una historia deprimente (no sé si se puede tener a
un personaje en coma y no deprimir al personal), pero, a su manera, muy
optimista. Y eso es de agradecer.
En resumen,
Los Descendientes cuenta una historia amable y
entretenida, pero altamente olvidable. Para pasar el rato no está mal, y
da que pensar en ciertos aspectos, pero pasado mañana no me acordaré ni
del nombre del protagonista. También es verdad que no me acuerdo de lo
que he comido hoy, pero nos entendemos.
Diré para terminar que mi intención era escribir acerca de
Moneyball, pero esa película me aburrió tantísimo que no quiero acordarme de ella ni para criticarla.
¡Dulces sueños!
p.d. Estoy estupenda, no me muero ni nada. Que digo que estoy en el hospital haciéndome radiografías, no doy explicaciones, y claro, la gente se pone nerviosa.