sábado, noviembre 26, 2016

Autoconocimiento

Post escrito en diciembre de 2015 y publicado cuando ya no corro el riesgo de encontrarme en el trabajo con gente de la que hablo aquí. Releyéndolo estoy viendo que es largo y bastante densito, así que mis disculpas y buena suerte:


Hay un concepto llamado autoconocimiento (self-awareness en inglés, que se traduciría por algo así como "estar al tanto de uno mismo") que creo que la gente no conoce mucho a pesar de que multiplica la felicidad y tranquilidad de espíritu de quien lo practica como en un mil millones por cien.

Normalmente esto me daría igual, pero personas infelices son personas que se comportan como idiotas resentidos a los que tengo que aguantar yo también, y eso ya me da menos igual. Así que vengo a explicaros lo que es este concepto.

El autoconocimiento, según describe este tío al que deberíais leer todos si entendéis algo de inglés, es la habilidad de reflexionar sobre tus propias opiniones, sentimientos y comportamientos y juzgarlos de manera racional.

Esto es difícil de explicar, así que os voy a contar lo que me pasó el otro día, para que lo entendáis.

Una compañera de trabajo va a volver a Francia tras cuatro meses de trabajar aquí en Londres. Como se va, el otro día organizó una mini despedida para poder ver a todos los de la empresa con la que se lleva bien. Pues bien, uno de los compañeros, al que yo no conocía de nada, llevó a su novia. La chica, llamémosla Julia, tiene rasgos profundamente mediterráneos y un claro acento italiano (estamos hablando en inglés, se entiende).

Pasado un rato me encuentro en una conversación con los dos miembros de la pareja, entre otros. Estamos hablando de cosas relacionadas con España, y Julia me quita la razón muy categóricamente acerca de datos que sé más o menos a ciencia cierta. No tiene razón y además me está llevando la contraria con una petulancia muy cargante, sin preguntarme siquiera por qué opino así o de dónde he sacado la información. Pero ése no es el caso; el caso es que en algún momento me doy cuenta de que, tal y como habla, esa chica tiene que ser española o haber vivido mucho tiempo en España.

Yo - Pero espera, ¿tú de dónde eres?
Julia - De Lleida.

¡De Lleida!

Yo - ¡No fastidies! ¡Y yo convencida de que eras italiana!

Julia pone la misma cara que si le hubiera preguntado cuánto cobra su madre por noche.

Julia - ¿¡Italiana!?
Yo - Sí... además es que me ha parecido tan evidente que ni me había planteado otra posibilidad, así que me confunde un montón que seas española.

Esta chica no es lo mío, pero todo esto, obviamente, lo estoy diciendo con toda la inocencia del mundo. El acento italiano mola y no lo veo en absoluto como algo negativo, pero Julia se está enfadando y yo no entiendo nada.

Julia - Me suelen decir que no saben de dónde soy, y eso me parece bien, ¿pero italiana? Me está sentando fatal.

Lo dice en serio. No es que me esté gritando ni nada, pero todo esto me lo está diciendo con una sonrisa de ésas que te salen cuando estás muy indignado y luchando por mantener la compostura. De ésas que vienen en el pack con la ira y el desprecio.

Inmediatamente la chica deja de gustarme por completo; cinco minutos de conversación y ya me desagrada profundamente su presencia, y aunque hay más detalles, la razón principal es el que se haya enfadado tanto por algo tan ridículo como que le haya dicho que tiene acento italiano.

En el momento esto es lo que pienso y nada más. Intento -sin éxito- no tener que hablar más con ella, pero no le doy muchas más vueltas.

No es hasta el día siguiente, hablando con Kest de la situación, cuando me planteo el significado de esa escena.

Kest - ¡Así que fuiste tú la que se lo dijo!
Yo - ¿Tan mal le sentó que te lo fue a contar? -Kest sonríe, divertidísimo por la situación- Qué tontería, de verdad. Cómo me enerva la gente que se ofende por bobadas así.
Kest - ¿Por qué?

¿Por qué? ¿Cómo que por qué?

Yo - Pues... porque esta chica está acostumbrada a que todo el mundo alabe su maravilloso acento y el día que alguien le recuerda que no cuela como nativa, se enfada. Y esa gente me pone de los nervios.
Kest - Ya, ¿pero por qué? Si yo me hubiera visto en tu situación, me habría dado igual, no me enfadaría ni me parecería tan tonta.

Ummmm interesante. Me pongo a pensar en por qué me sienta esto tan mal, porque lo que está diciendo Kest tiene su lógica. Llego a varias conclusiones.

1. La gente engreída me pone mala. Ya sé que eso es algo que no le gusta a nadie, pero tal vez a mí me pongan especialmente de mala leche. Esta chica es una persona con un acento considerablemente más pulido que el del español medio, que escuchará encantada los halagos a su nivel de inglés cada vez que alguien le oye decir algo en el idioma, y que, por supuesto, se enfada cuando no le recuerdas lo estupenda que es.

Aquí es importante destacar la intención. Yo no pretendía decirle que no parecía nativa, simplemente expresé en voz alta algo que me parecía evidente y en absoluto negativo. En ningún momento he pretendido hacer sentir mal a esta chica.


2. Yo he estado en la misma situación que Julia y no me he enfadado. Todo esto me cabrea espectacularmente porque yo lo he sufrido y no he reaccionado como una niña de seis años. Y si yo puedo hacerlo, los demás también. Me explico:

Hubo una época en la que yo tenía un marcado y pretencioso acento británico. No lo hacía adrede, ni siquiera me gustaba; sería culpa de Juego de tronos, o vete a saber. El caso es que, allá por cuando estuve en Nueva York unas semanas, hablar en inglés me resultaba prácticamente igual de natural que hablar español y además tenía un acento que daba bien el pego. Durante varios años los británicos me decían que tenía acento estadounidense y los estadounidenses, que tenía acento británico. Mi aceptablemente digna pronunciación hace que la gente se olvide de la infinidad de errores garrafales que cometo al hablar, de que no sé escribir tres párrafos seguidos sin poner una falta de ortografía y de que si mi interlocutor no tiene el acento más estándar del mundo es probable que no le entienda ni una palabra. Todo eso da igual; la gente oye un acento decente y todo lo demás no importa, asumen que eres súper-ultra-bilingüe y que puedes escribir cartas en inglés antiguo y recitar a Shakespeare.

De ahí que, a pesar de mis muchas lagunas con el idioma, lleve años escuchando cuán maravillosamente pulcro es mi acento cuando hablo en inglés.

Pues bien, paradójicamente, desde que vivo en Londres mi nivel en general y mi acento en particular han caído en picado.

En mi día a día apenas hablo con británicos; todo el mundo es italiano, español, griego, indio. De donde sea, menos de Inglaterra. Hay algún canadiense, algún irlandés, pero son una minoría. Así que mi acento es un popurrí nada agradable al oído.

En los últimos meses la gente me ha dicho que sueno francesa -dos veces-, estadounidense, ucraniana (!!) y de otros tropecientos sitios que no recuerdo. Esto, claro, las veces que no se dan cuenta de que soy española.

El tema es que cuando me dijeron que tenía acento ucraniano no pensé "menudo imbécil, me dice que tengo acento ucraniano en vez de detectar mis matices de Oxford, qué patán". Lo que pensé fue "yo creo que no sueno ucraniana en absoluto, pero este tío es inglés así que algo sabrá. Igual debería trabajar en ello porque no creo que el acento ucraniano suene muy bien. Aunque si voy a sonar como esos rusos mafiosos de las pelis a lo mejor tiene su encanto". Y esto me lleva al siguiente punto:


3. A lo mejor sí que es ofensivo decirle a alguien que tiene un acento u otro.

Decirle a alguien que tiene un acento no nativo es, aunque se haga sin ninguna maldad, decirle que su idioma no está al 100%. Parece ridículo que esto sea ofensivo, porque es algo evidente y no es malo; la mayor parte de la gente nunca alcanza ese 100%. Pero no todas las cosas evidentes son fáciles de digerir. Yo no quiero que alguien venga y me diga "eh, oye, no estás tan buena como Scarlet Johansson". O "¿sabes? No eres tan inteligente como Einstein y todo indica que no vas a serlo nunca". Aunque estas afirmaciones estuvieran en un contexto válido, no querría escucharlas. No es que sea exactamente lo mismo, pero me entendéis.


4. Por último, el punto más importante. El enfado de Julia, incomprensible para mí en el momento, me ha puesto en una situación incómoda, en la que he tenido que plantearme si he dicho algo ofensivo. Esto no sólo me provoca un problema de conciencia durante el rato que tardo en decidir si he hecho algo reprochable o no, sino que ha hecho que me cuestione mis habilidades sociales, ya que he disgustado a alguien sin que fuera mi intención y sin saber siquiera cómo lo he hecho.

Esta situación ha dejado al descubierto lo poco hábil que puedo llegar a ser con la gente cuando no presto atención. En los cinco minutos de conversación que había tenido con Julia, ella dio un dato, yo lo rebatí con toda la amabilidad del mundo y ella me llevó la contraria otras tres o cuatro veces, sin dar información válida cuando le preguntaba y sin intentar siquiera entender por qué yo estaba argumentando algo que no cuadraba con su idea. Simplemente decía que su aportación era la correcta, sin tener ninguna intención de escuchar a nadie que no le diera la razón.

Basándome en esto, la sensación que me da Julia es la de ser una persona con delirios de grandeza, que disfruta dando verdades absolutas que dejen clara su superioridad en el tema que se esté tratando. Este comportamiento suele significar que la persona es narcisista e infantil. Esa información no es algo que esté deduciendo ahora, sino algo que ya sabía tras esos cinco minutos de conversación, y por tanto algo que podía haber utilizado para medir la situación.

Cuando una persona es narcisista en infantil, cuestionar la opinión que tiene de sí misma suele salir mal. Y dar cosas por sentadas y decirlas en voz alta fácilmente va a dar lugar a ese cuestionamiento que tanto queremos evitar.

No me entendáis mal, la opinión de esta chica me da igual; pero en esta situación no me interesaba crear conflictos porque mi contacto con Julia iba a ser mínimo y probablemente sólo coincida con ella una vez cada no sé cuántos meses. Con esa coyuntura lo más inteligente es tolerar alguna tontería, evitar a la persona en la medida de lo posible y no armar escándalos.

No suelo contar por ahí estos razonamientos porque suelen decirme, con una condescendencia infinita, que le doy muchas vueltas a las cosas. Esto también quiero aclararlo.

Si te ves en una situación desagradable y después te pasas días mortificándote al respecto -que inútil soy, ahora la persona estará enfadada, va a ser incómodo cuando volvamos a vernos, qué inútil soy otra vez- y sin llegar a ninguna conclusión, entonces le estás dando demasiadas vueltas a esa situación.

Yo no hago eso -o no mucho-. Yo analizo el origen de la mencionada situación desagradable para aprender de la gente y de su comportamiento y así mejorar mi capacidad para tratar con las personas.

En resumen, darle vueltas a las cosas saca problemas de donde no los hay. Analizar las cosas detecta problemas que sí existen.

Seguro que aún así muchos estáis pensando "esa tía es imbécil, déjala que se enfade por la chorrada del acento italiano y que se fastidie", y no es que os falte razón; el problema es que estas incomodidades suelen derivar en otras tensiones mayores y que afectan a más gente.

He vuelto a ver a Julia en una fiesta; me ha ignorado absolutamente, respondiendo lacónicamente las pocas veces que yo le hablaba y no dirigiéndome la palabra a pesar de estar a mi lado. A mí esto no me llega al alma pero tampoco me resulta agradable. Además, su novio tampoco me habla, si he catalogado bien a Julia, porque sabe que si habla conmigo luego tiene bronca en casa. Además varios de mis amigos, que saben que esta chica me odia, están ligeramente estresados porque el mal rollo entre nosotras es bastante tangible.

Total, que estar a malas con Julia no me aporta nada bueno pero sí me aporta un montón de cosas malas. Si hubiera utilizado el cerebro en esa primera conversación con ella, habría omitido mis pensamientos sobre su acento italiano y aceptado la respuesta sobre su nacionalidad disimulando mi sorpresa. Después, sabiendo ya que esa muchacha es tonta, habría evitado hablar con ella en la medida de lo posible, y ahora podríamos vernos en fiestas, fingir que no nos llevamos mal y ahorrarle lo violento del percal a todo el mundo. Y así yo estaría más relajada en la celebración de turno.


Pues bien, toda esta historia que he contado es autoconocimiento. Te puede parecer tediosísimo pensar en los orígenes de cada cosa desagradable que te pasa, cuando precisamente lo que te apetece es enterrarlo muy profundo y no volver a pensar en ello, pero sin ejercicios de autoconocimiento estás condenado a meter la pata en las mismas tonterías una y otra vez. Yo podía haberme quedado en el "qué tía más tonta, paso de ella", y entonces no habría aprendido nada de esa situación de mierda. Pero lo analicé y ahora sé varias cosas que antes no sabía:

1. Dar cosas por sentadas acerca de personas a las que acabas de conocer puede no ser una gran idea. Es imposible no asumir ciertas cosas cuando nos presentan a alguien, pero hay que recordar que esas ideas ni tienen por qué ser ciertas ni deben ser expresadas en voz alta. Nos entendemos, tú puedes pensar y decir lo que te dé la gana, pero es posible que en este caso eso te lleve a una situación poco agradable. Si te da igual ya es asunto tuyo.


2. Si hablas con alguien en un idioma que no es el suyo, es posible que decirles que tienen un acento no nativo no les haga gracia. Si vas a decirlo, que sea porque sabes que la persona es abierta y relajada y no se lo va a tomar como una crítica. O si es una persona como Julia, díselo para molestar y mándale un beso de mi parte.


3. Exijo que la gente sea coherente en todas las situaciones en las que yo soy coherente. Quiero decir, si yo veo una cucaracha corriendo por mi pared y a pesar de estar muriéndome por dentro de la aprensión no me pongo a chillar como una loca, entonces no tolero que tú te pongas a chillar como un tarado cuando ves una rata, porque yo he sentido esa misma aprensión que tú y he sabido comportarme. Hace tiempo que sé que pienso así, pero es ahora cuando me planteo que tal vez no tenga razón al respecto. La gente es diferente y reacciona de maneras distintas a unas cosas u otras. Esto no quiere decir que no vaya a juzgar muy fuerte a la gente que se pone tonta por lo que a mí me parecen bobadas, sólo digo que tal vez deba plantearme aflojar un poco lo que espero de la gente.

Eso sí, esta situación no tiene perdón, porque, como he dicho antes, he visto a Julia otra vez y no me habla. Perdonaría de sobra el enfado si hubiera sido un pronto mal llevado, pero si no me habla es porque realmente está ofendida y no me puede ni ver. Queda claro que esta tía es imbécil.


4. Hay una diferencia entre ser un engreído y no estar dispuesto a escuchar cosas negativas de manera gratuita. A lo mejor Julia lleva tres años intentando obtener un acento británico y he venido yo a decirle que no está ni medio cerca. Y eso cabrea un montón.


Lo curioso es que probablemente ni sea cierto que esta chica tiene acento italiano; igual era sólo esa noche, o yo escuché lo que no era porque estábamos en un pub con música, vete a saber. Pero una persona así va a encontrar una excusa para ofenderse, así que el que tenga o no acento al final es lo de menos.

Total, que mi mensaje del día es que pensar en las cosas está bien. Y que si le vais a dar vueltas a algo, será mejor que saquéis alguna conclusión al respecto. Yo he alcanzado un relativo nivel de tranquilidad cuando lidio con la gente gracias a esto, así que os lo recomiendo.

domingo, noviembre 20, 2016

American Pastoral: a McGregor casi mejor le dejamos actuando

Ahora Ewan McGregor dirige cosas.

Supongo que llega un punto en que los actores se cansan de ser tan ricos y guapos y de recibir premios por todo y quieren probar cosas nuevas. Tiene sentido, la verdad.

El caso es que el hombre éste ha decidido rodar American Pastoral (ID, 2016), que se presentó en la Sección Oficial del último SSIFF y que cuenta cómo la estabilidad de una familia relativamente ideal se va a pique cuando la insoportable adolescente de la casa se radicaliza políticamente y empieza a comportarse como una tarada.

El argumento está bien, a que sí. Y el póster, el póster mola millones, mirad:

American Pastoral - Cartel

Y sale Ewan McGregor haciendo de padre (Swede Levov), Jennifer Connelly de madre (Dawn Levov) y Dakota Fanning de hija chunga radical (Merry Levov); esto tiene que estar bien a la fuerza.

Pero no. Para nada. De verdad.

La niña que hace de Merry de joven (Ocean James) es repelente a tope y tiene un tartamudeo absurdo que no resulta nada creíble. El comportamiento de Merry a lo largo de la película no tiene sentido ninguno -o yo no se lo veo-, y algún otro personaje que sale también es ridículamente inconsistente. La mitad de las cosas que hacen ni tienen lógica ni se explican en ningún momento, así que al final te encuentras viendo que lo que empezó como un argumento decente y bien construido acaba siendo ver a un par de adolescentes pseudo revolucionarios que se quejan por todo mientras hacen cosas que no parecen tener ninguna coherencia. Que los adolescentes son así en la vida real, ya lo sé, pero en una peli esto resulta una pérdida de tiempo bastante tediosa.

Ewan McGregor (Swede Levov) y Dakota Fanning (Merry Levov)

Lo único que le puedo conceder es que hace pensar acerca de cómo cada familia tiene sus dramas y sobre cómo las personas se vuelven medio locas cuando lo están pasando mal, pero estos detalles no son ni de lejos suficiente para que merezca la pena emplear energía en ver esta historia.

Ewan McGregor (Swede Levov) y Jennifer Connolly (Dawn Levov)

Con la tranquilidad que me proporciona el saber que este blog lo leéis tres gatos (os quiero) y que el propio McGregor dijo en la rueda de prensa que él no lee las críticas ni cuando actúa, ni tampoco ahora que dirige porque cuando son malas lo pasa fatal, os puedo decir que esta peli no hay por dónde cogerla y que no paguéis por ver el jaleo inconsistente que es American Pastoral. No la recomiendo para nada.

Eso sí, Ewan McGregor y Jennifer Connelly en persona son guapísimos. Algo es algo.

viernes, noviembre 04, 2016

Belleza acechadora

Hace unas semanas me invitaron a una fiesta de Halloween.

Como no puede ser de otra manera, el día anterior al evento yo aún no tengo nada que ponerme, así que me encuentro deambulando por una tienda gigante que vende todos los disfraces de este mundo.

Atravieso un pasillo lleno de pelucas, sorteo la balda de gorros de bruja y bajo al sótano, donde se supone que hay más material de Halloween para chicas. Vago un poco por la zona hasta que oigo una voz detrás de mí.

- ¡Buenas tardes!

Me giro esperando ver a un empleado, pero en su lugar me encuentro al anfitrión de la fiesta.

Yo - ¡Gadder! ¡Hola!
Gadder - ¡Qué tal! -Sonríe y me da un abrazo de oso. Este hombre siempre te saluda como si no te hubiera visto en ocho meses, aunque hayas estado con él anteayer- ¿Qué tal en Madrid?
Yo - Muy bien, la verdad, me lo he pasado genial -el fin de semana pasado fui a Madrid a cenar con mis compañeros de la facultad y ya de paso a tomar cafés varios con gente que tengo allí-. Oye, la fiesta es mañana y nosotros aquí el día antes, somos un desastre.

Gadder se encoge de hombros y agita las dos cajitas que lleva en la mano. Sangre de mentira y unos colmillos.

Yo - Hombre. Un clásico.
Gadder - Tengo una capa en casa, así que con esto voy bien. ¿Tú qué estás buscando?
Yo - No lo tengo claro. He visto un disfraz de fantasma en internet que está bien, y otro de Eduardo Manostijeras para chica que me gusta, pero me da que tiene buena pinta online y luego va a ser de putón.

Oye, hablemos de este asunto.

¿Por qué todos los disfraces de Halloween parecen estar hechos para que te los quites mientras das vueltas en una barra americana? Perdón, todos no, sólo los de chica, que es lo malo. Si fuera todo el mundo medio en bolas me cabrearía menos el asunto, pero es que encima son sólo los de mi sección. Que no pasa nada porque haya montones de disfraces diseñados exclusivamente para no poder quitarte al pulpo de turno de encima en toda la noche, yo sólo digo que dar algunas opciones para las que queremos ir vestidas tampoco estaría de más.

Gadder me mira con cara de no tener claro cuál es el problema.

Yo - ¿Me ayudas a buscar? ¿O tienes que comprar más cosas?
Gadder - No, creo que con esto estoy; te ayudo.

Vagamos por los pasillos observando el deprimente festival de minifaldas y complementos horteras que nos rodea. Bueno, deprimente para mí. A Gadder todo le parece bien.

Yo - No voy a encontrar disfraz en la vida -Señalo hacia la imagen de una modelo embutida en un minivestido de látex-.
Gadder - Ése. Yo lo veo. Cómpratelo.
Yo - Que no me voy a comprar eso; ayúdame a encontrar algo con lo que vaya medio vestida por lo menos -Gadder despotrica un poco pero me sigue por el pasillo. Decido pedir ayuda a un trabajador porque no veo que esto vaya a ninguna parte-. Hola, perdona, estoy buscando un disfraz de fantasma. Vamos, de espíritu. Un vestido.

Dependiente - Fantasma tenemos uno.

¡Bien!

Yo - ¡Guay! ¿Dónde?
Dependiente - Estaba ahí -señala al fondo del pasillo-. Estaba yo antes guardando unas cajas y de repente he oído un ruido.

No. No, no, por favor. Un dependiente gracioso no, que la fiesta es mañana y yo tengo mucha prisa.

Yo - ¡Ah! Jaja muy bien, ¿y aparte de fantasmas de verdad, tenéis alguno de mentira que me pueda poner?
Dependiente - Lo digo de verdad. He oído un ruido, pero cuando he mirado, no había nadie.

No, en serio. No.

Dependienta - Deja de hacer perder el tiempo a la chica y enséñale los disfraces -esta eficiente joven. Si la venden me llevo tres-.
Dependiente - Bueno... -farfulla algo, pero tiene un acento escocés, o irlandés, o de donde sea, muy fuerte y sólo entiendo como el cuarenta por ciento de lo que dice-. Mira, tienes a esta pirata espectral... este espíritu de época... ¿Te gusta alguno?
Yo - Si pudiéramos encontrar uno con el que no pareciera una estríper estaría genial -percibo un par de miradas de reproche por parte de postadolescentes que es evidente entienden mejor el espíritu festivo de Halloween que yo-.

El tipo me mira y parpadea un par de veces, confuso. Y entonces se le iluminan los ojos.

Dependiente - De cazafantasmas -Sonríe de oreja a oreja y señala la foto de muestra que hay pegada en una caja. La mujer que aparece en la imagen, lejos de llevar ese mono tan guay que llevaba Bill Murray en su día, está metida con calzador en el vestido más ridículamente pequeño de la historia. Qué asco de tío-.
Yo - Ya veo. No.
Dependiente - Que sí. ¿A quién vas a llamar?

A la policía. A la policía voy a llamar.

Yo - Muy bien. Mira, ése está bien -señalo un vestido de espíritu que parece medio decente-. Anda, y tenéis el de Manostijeras de chica, me lo voy a probar.
Dependiente - Vale ¿Una S? ¿O una M?
Yo - Una S, yo creo. Si no entro te pido la siguiente.

Nuestro decadente amigo me da el vestido y huyo al fondo del pasillo, donde he visto antes a otros clientes probándose ropa en un cuarto de baño que tienen por ahí escondido. Una vez en el baño me meto en el tutú gótico lleno de hebillas que es mi disfraz y por unos segundos me emociono, porque es mi talla exacta y eso significa que a lo mejor me puedo largar ya de este sitio. Sólo que... um... ahora que me doy cuenta...

Gadder grita desde el otro lado de la puerta.

Gadder - ¡¿QUÉ TAAAAAL?!

Abro la puerta y asomo la cabeza.

Yo - Mal.
Gadder - A ver.

Abro más la puerta, no sin antes cerciorarme de que detrás de mí no hay ningún espejo.

Gadder me mira en silencio. Otro chico que está por allí estudiando estantes deja de buscar lo que sea que está buscando y me mira también.

Gadder - Madre mía. Cómpratelo. Cómpratelo cómpratelo. Ahora mismo.
Yo - No, verás, es que por delante muy bien todo, pero no puedo darme la vuelta porque se me ve el alma.
Gadder - Creo que debería echar un vistazo para comprobar si tienes razón.
Yo - GADDER QUE HABLO EN SERIO.
Chica desconocida - Oye qué bien queda eso. Yo quiero uno -Observa el tutú, maravillada, claramente imaginando lo fantástica que va a quedar en las fotos-.
Yo - Pero que os lo digo en serio -me estoy dirigiendo a Gadder, la chica, su amiga y el que estaba allí buscando algo, que sigue mirándome fijamente. Un ratito en una tienda de disfraces y ya tengo un montón de amigos nuevos, qué guay-, que si me giro se me ve el culo. Tal cual.
Chica desconocida - Bueno, pero no te mueves mucho y ya está.
Yo - A ver, si no parpadeas, pues igual sí -vuelvo a hablar con Gadder, pero no tengo claro que me esté escuchando en absoluto-. No puedo ir con esto.
Gadder - MADRE MÍA KEY QUÉ BUENA ESTÁS.

No os asustéis. Este tío es italiano, y valga el cliché, los italianos son así. No entienden que hay ciertas cosas que está mal visto en sociedad decir en alto, por mucho que sean positivas. No es el primer italiano que me suelta una de éstas y sospecho que no será el último. Y nos lo dicen a todas, así que no os emocionéis, que no estoy tan buena como la situación sugiere.

Yo - Gracias por tu sinceridad, Gadder, ¿me traes una M? Con esto puesto no puedo salir de aquí -le lleno los brazos de complementos y le empujo suavemente en dirección a donde debería estar el dependiente.

Gadder desaparece por el pasillo, murmurando "madre mía". Pasan un par de minutos y vuelve con la otra talla.

Cabemos cuatro en el vestido.

Yo - Nada, que no. Mi talla era la otra. Me voy a probar el de fantasma que hemos visto antes.

Aquí vienen unos quince minutos tediosísimos que incluyen como yo me pruebo el vestido, me queda enorme, Gadder propone que me compre el de Manostijeras que es mi talla y me lo ponga con unos pantalones o leggins híper tupidos, yo me doy cuenta de que en realidad ésa es una idea bastante aceptable y decido hacerle caso, Gadder se va a la planta de arriba a buscar más complementos para su disfraz mientras yo me quedo con el dependiente pesado, que se pasa un montón de rato buscando mi vestido, y al final, tras lo que ha sido cerca de hora y media de buscar y probarme ropa incómoda en un cuarto de baño cochambroso...

Gadder - ¿Ya lo tienes?
Yo - No.
Gadder - ¿No? ¿Cómo que no?
Yo - ¿Ves la chica que me dijo que el disfraz quedaba muy bien?
Gadder - Sí.
Yo - Se ha llevado el último.
Gadder - NO.
Yo - Sí. Odio Halloween.


Pero bueno, total, sólo tuve que recorrer otras dos tiendas de éstas al día siguiente, viaje de metro incluido, por supuesto, hacer cola para entrar en las tiendas, para pagar, y para respirar casi, gastarme un pastizal en un vestido de ánima al que han llamado "belleza acechadora" -vaya tela-, que tenía cadenas y todo porque los disfraces en este país se los curran un montón, y conseguí ir a la fiesta sin aparentar ser la protagonista de mi propia franquicia de películas porno, cosa que en este tipo de celebraciones es un logro extraordinario. Además nos lo pasamos todos bien, conocí a un porrón de gente, incluida una chica vestida de calabaza que no podía tener una pinta más fabulosa y a un tío que se disfrazó de Brexit porque "qué puede haber más aterrador en una fiesta que está llena de europeos viviendo en Londres" y, salvo el vino que acabó en las paredes, hubo pocos altercados. Así que en general estuvo bien.

Espero que tuviérais un Halloween interesante vosotros también. Si no, avisadme y os mando al dependiente pegajoso para que os anime el año que viene.

Archivo

¡Escríbeme! Menos si es para quejarte. Si es para quejarte, ábrete una cuenta en twitter

z a p a t o a l a c a b e z a @ g m a i l . c o m

Coge lo que quieras, pero avisa :)

Este blog se encuentra bajo licencia Creative Commons; puedes utilizar su contenido, pero no olvides:
1. Decir de dónde lo has sacado.
2. No cobrar (¡y si cobras, quiero mi parte!).
3. No modificar el original.