Hace poco estuve en un comedor universitario con mis compañeros D y E, que estudian ingeniería informática, como yo.
No sé cómo funcionan los comedores universitarios por ahí, pero en los de Salamanca tienes derecho a una bebida, y cuando se te acaba, te levantas a rellenar la jarra que tienes en la mesa a una fuente que tienen preparada para la ocasión. Así que en algún momento durante la comida, alguien se levanta de la mesa a buscar agua. En este caso le tocó a D.
Al cabo de un rato de charla, E y yo nos dimos cuenta de que no era normal que D tardara tanto en volver, así que nos giramos para ver qué pasaba (estábamos sentados a tres metros de la fuente, de espaldas). Y entonces vimos a D, de pie, mirando fijamente a la fuente con gesto pensativo.
- D, ¿qué pasa?
- No funciona.
E y yo nos miramos con esa cara que pones cuando un amigo tuyo hace una estupidez, pero es tu amigo y le tienes cariño igualmente, aunque esté un poco empanado.
- A veeer, espérate que lo miro.
Me levanto y voy a la fuente.
La miro.
Donde debería haber una palanquita, hay una tuerca de la que es obvio que han desenganchado algo que no debían.
Le doy a la tuerca.
Giro una anilla que estaba claro que no servía para nada, pero a algo le tenía que dar a ver si aquel trasto funcionaba.
Vuelvo a mirar la fuente fijamente buscando algo que me ayude.
- No funciona.
Oigo a E reírse de fondo. Maldito.
D pone cara de circunstancia.
- Que sí funciona, que acabo de ver a un chico llenando su botella.
- Pues no sé a dónde le habra dado, yo no veo solución...
E se ríe más alto, ya sin disimular ni nada.
- A ver, el ingeniero, sálvanos.
Es cierto, el era el único ingeniero de la mesa. D y yo aun no tenemos el título en casa.
E se levanta, viene sonriendo hacia la fuente, se para delante, la mira fijamente, y...
- No funciona.
Y se sienta.
Somos ingenieros, si no supimos arreglar la situación, es que no se podía arreglar. Por lo que nos habríamos ido de allí pensando que la fuente se había roto mágicamente cuando D decidió que tenía sed, si no fuera porque cinco segundos después apareció un chico con una jarra, llegó a la fuente, pulsó un botón rojo descomunal que había en un tanque adosado a la fuente, llenó su jarra y se marchó.
D llenó su botella, nos sentamos, y nunca jamás volveremos a hablar del tema.
Está claro que los ingenieros somos mentes privilegiadas.