Me dispongo a escribir un post que va a hacer que os caiga fatal a todos. Me diréis que soy una nazi, una egoista, y que a ver si soy tan lista el día que ande mal de pasta; pero si no doy mi opinión, me va a salir una úlcera de estómago, así que al tema:
No sé si habéis oido hablar de una iniciativa llamada Cafés Pendientes. Por si no, yo os cuento de qué va el tema, y así además de cogerme manía podéis aprender acerca de este asunto.
La iniciativa Cafés Pendientes consiste, básicamente, en que yo puedo ir a un bar con un amigo y pedir tres cafés, uno para mi amigo, otro para mí, y otro que queda pendiente. A partir de ese momento, alguien que no tenga dinero para pagarse un café podrá entrar, preguntar al camarero si tienen algún café pendiente, y tomarse el que yo dejé pagado hace un rato. Podéis leer la explicación original, mucho más poéticamente contada, aquí.
La idea es estupenda, pensé al leer sobre ello la primera vez. Qué noble, qué guay, puedo echarle una mano a algún tío majo que no tiene ni para un café, y por un euro y pico. Yo quiero participar en eso.
Y así estaba yo, en mi nube de ensoñación pensando en cómo iba a
ayudar yo sola al mundo a mejorar dramáticamente, y sólo con pagarle un cortado al
primero que pasara por alguna cafetería. Entonces me acordé del yonki.
Hace unos días salí de la biblioteca, y de camino a casa, en una calle muy céntrica de mi ciudad, me encontré con Fog. Nos paramos a hablar, y cuando llevábamos allí cinco minutos, apareció un yonki que llevaba un rato deambulando por la zona, y nos pidió dinero. Fog dijo que no. Nos lo volvió a pedir. Yo dije que no. El tipo se enfadó. Empezó a pedir dinero otra vez de muy malas maneras y riéndose de nosotros. Retomé mi conversación con Fog como si el hombre no estuviera, se cansó, y se marchó a una tienda que estaba a diez metros. Allí se puso a manosear los pañuelos que había expuestos, hasta que la dependienta salió a decirle que si quería algo y consiguió echarle como pudo.
Es una chorrada de historia, pero sirve para ilustrar mi punto de vista.
Yo un día le pago encantada de la vida -si tengo dinero- el café a una mujer que se ha quedado sin trabajo y llega a fin de mes de misericordia. O a un chico que tiene que pagarse la carrera y tiene de milagro para el alquiler. O incluso a un indigente que no se mete con nadie. Pero no quiero estar tomando un café y que se me siente un cocainómano al lado. No es que no quiera pagarle el café -que no quiero- es que los yonkis me dan miedo, me ponen nerviosa, y no quiero compartir entorno con ellos. Y vosotros, que ahora estaréis pensando que soy una fascista rica y desalmada, vosotros tampoco queréis. A mí podéis decirme que sí; podéis decirle a la gente que el mundo está lleno de prejuicios, que hay que luchar contra las desigualdades sociales y que esta iniciativa es una herramienta muy poderosa que hay que aprovechar. Pero en vuestro interior, queridos lectores, sabéis que si hay un bar en el que es fácil encontrarse a un adicto a los narcóticos en una mesa y otro bar en el que no, vais a terminar yendo a este último.
¡PERO!
¡Cafés Pendientes contempla a los temerosos de los drogodependientes como yo!
Por eso dan la opción a los locales de entregar sus cafés pendientes para llevar. Esto soluciona gran parte del problema, ya que, si a mí no me gusta compartir local con un sintecho, puedo ir a alguna de las cafeterías en las que dan sus lo-que-sea pendientes para llevar. Arreglado, ¿no?
No.
Porque la gente problemática invasora de locales es sólo una pequeña parte del lío. El problema real, y me duele en el alma decirlo, es que estamos en España.
Tenemos yonkis e indigentes desagradables, sí, pero tenemos mucho más de otra cosa.
Caraduras.
Me encanta España; tiene miles de destinos turísticos preciosos, la comida es maravillosa, y la gente... bueno, de los salmantinos dicen que somos todos unos secos, pero en general es encantadora. Yo soy súper patriota y siempre defiendo a España y bla bla bla, pero el caso es que el morro que le echa la gente en este país es de flipar en colorines.
Dicen que es estar espabilado, que no se puede ir de tonto por la vida y miau miau miau, chorradas todo. Excusas para no admitir que aquí si eres honrado todo el mundo te roba y encima te se ríen de ti, por tonto.
Entonces, me pregunto yo, de los cafés pendientes que pague, ¿cuántos van a ser para un tío que tiene más dinero que yo, pero no le apetece pagar? ¿y cuántos hosteleros van a mentir como bellacos acerca de los cafés pendientes que les han pagado ese día para quedarse con la pasta sobrante?
Me da la sensación de que esta idea es un poco como el comunismo; en teoría es una preciosidad que diluye las diferencias sociales y consigue que todo el mundo sea feliz, pero en la práctica termina con un montón de exiliados en Siberia y un fiambre embalsamado al que van a visitar los turistas. Bueno, más o menos. Nos entendemos.
En resumen, Cafés Pendientes es una idea loable y digna de admiración, que sería estupenda si viviéramos en Barrio Sésamo, en los Mundos de Yupi, o en Canadá; pero no es el caso. Y me da rabia, porque parece que no se puede hacer el bien sin que te den por los morros con tu propia idea, pero siendo realistas, la iniciativa Cafés Pendientes me parece una chorrada inviable que a la larga hará aflorar a los jetas del país. A los pocos que no han aparecido aún, quiero decir.
Sin que sirva de precedente, me alegraré mucho si me equivoco y al final resulta que somos un país lleno de gente decente en la que se puede confiar, pero lo veo francamente complicado.
No me gritéis mucho, o lloraré. Besitos.