A ver por dónde empiezo a contar esto.
Los zapatos. Empiezo por los zapatos, que para eso se llama el blog como se llama.
Acabo de llegar de Nueva York, como ya sabréis casi todos, lo que significa que toda mi ropa decente está en la lavadora. Eso me deja con
a) Ropa de fiesta
b) Ropa de deporte
c) Ropa incómoda
De las disponibles, la menos mala para vestir a diario es la opción a, así que cojo unos vaqueros demasiado largos para llevar con zapatos planos, los combino como puedo con unas sandalias altísimas (unas cuñas, que son como los tacones pero con el tacón unido a la parte de delante, en plan plataforma; para el que no esté puesto en el tema) y salgo de casa.
Vuelvo después de una mañana en la facultad. Me duelen los pies. Pero no tengo otros pantalones, así que lo más que puedo hacer es cambiarme las sandalias altísimas por unos zapatos que también son cuñas híper altas. Me voy a la biblioteca.
Para cuando me siento a estudiar, mis zapatos están torturando a mis pies con absoluta impunidad. Tres horas después, cuando voy a salir de allí para tomar un café con Manzo, saco mi kit de supervivencia y empapelo mis pies entre tiritas mientras mi acompañante se ríe de mí abiertamente. Café. Ya son las 19.45 y tengo que irme porque he quedado con Isaac para ver
un ciclo de cortos organizado por Manhattan (ya es casualidad).
El ciclo es en la Casa de las Conchas (una biblioteca pública/monumento que hay cerca de la facultad), así que entramos y nos acomodamos en las sillas, y visto que ni Isaac ni yo tenemos la más mínima idea de qué es el festival éste ni de dónde ha salido, le pregunto a la chica que tengo al lado. Vamos a llamarla Amidala.
Amidala es turca, su conocimiento del idioma español es, literalmente, menor que el mío de ruso, y su inglés tampoco es para tirar cohetes. Está de Erasmus medio año en Salamanca, estudiando comunicación audiovisual. La gente es una valiente.
Mientras esperamos a que empiecen los cortos, entra por la puerta Verdi, al que no me sorprende encontrarme en absoluto porque se apunta a todos los saraos que existen en la ciudad. Viene con su amiga Robin. Hablo con ellos un rato y empiezan los cortos.
De las obras no tengo gran cosa que decir, salvo que, si podéis, cuando estén disponibles deberíais ver:
1. Dik, de Christopher Stollery.
2. The Legend of Beaver Dam, de Jerome Sable.
3. Sexting, de Neil Labute.
Total, que acaba el ciclo, salimos de allí, y Verdi nos dice que si vamos a tomar algo. Decimos que vale. La turca pasa por mi lado y me chapurrea un "hasta luego". Ha ido ella sola al festival. Igual acaba de llegar a España y no conoce a nadie. Igual no tiene amigos. Igual está triste y sola. Igual...
Yo - ¡Oooooooooye! ¿Te vienes a tomar algo?
Amidala - ¡Vale!
Robin es Canadiense, Isaac ha estado conmigo en Nueva York y Verdi pasa más tiempo con extranjeras que con españoles, así que doy por sentado que podemos apañarnos todos en inglés. Nos metemos en un bar y hablamos un rato.
Verdi - ¿Y tú cuánto llevas aquí?
Amidala - Cinco días.
Verdi - Pues sí que acabas de llegar. ¿Vives en una residencia universitaria o algo así?
Amidala - No, vivo en un piso. Está en la calle... Malvas...
Verdi - ¿Elefantes Malvas?
Amidala - Sí. Ahí vivo.
Yo - ¿Elefantes Malvas? ¡Está al lado de mi casa! Mira, así nos vamos juntas.
Amidala - ¡Vale!
Unos pinchos y unas cañas después salimos del bar. Estamos casi al lado de la Plaza Mayor y el sitio no ha estado mal. Robin se va por un lado, Isaac por otro, y yo me voy en dirección a mi casa con Verdi y Amidala.
Por el camino, Verdi, que es con diferencia una de las personas más sociables y agradables que he conocido en mi vida, debe de ver, como vi yo horas atrás, lo perdida que está la pobre turca, y le pide su número de teléfono. También hay que decir que tiene la misma capacidad de ser majo y sociable que de tirarles los tejos a las guiris, así que supongo que también hay un poco de eso.
La muchacha no sabe ni guardar nuestros números, porque no sabe que "guardar" en español significa lo que significa. Nos despedimos de Verdi en la base de la que probablemente sea la peor cuesta de Salamanca (donde estaba
la mercería aquélla), y subimos, Amidala, mis pies llenos de tiritas, y yo.
Diez minutos después estamos casi en la puerta de mi casa. Estúpidos zapatos, me duele todo.
Yo - Yo vivo ahí, y tú vives en esa otra calle - señalo con el dedo.
Amidala pone cara de confusión. Mala señal.
Yo - Ésa es tu calle, ¿verdad?
Amidala - No conozco este camino.
Yo - Pero reconoces tu calle, ¿no? Elefantes Malvas, ésa es tu calle.
Amidala - No... Malvas Grises, ésa es mi calle.
Yo - ¿Cómo que...? ¿Malvas Grises? ¿Pero no nos dijiste que era Elefantes Malvas?
Amidala - Malvas Grises.
Maldición. Maldición maldición maldición.
Yo - Vale. ¿Sabes dónde estamos? ¿Sabes llegar a tu casa?
Amidala - No sé dónde estoy - pone cara de pánico.
Yo - No pasa nada... te llevo hasta un sitio que conozcas, no te voy a dejar aquí tirada.
Amidala - ¿Plaza Mayor?
¡Plaza Mayor! ¡Claro, mujer! Si sólo es el sitio en el que estaba el bar, a quince minutos de aquí. ¿He dicho que me duelen los pies? ¿He dicho que son las once y media de la noche? ¿Y que la calle está desierta y mañana tengo clase?
Yo - Te llevo a la Plaza Mayor, vale.
Que me duele todo y es tardísimo, sí, pero la muchacha tampoco tiene la culpa, digo yo... así que camino el cuarto de hora correspondiente con la chica y mis zapatos hasta la Plaza... y de vuelta a casa otros quince minutos, cuesta incluida...
Y la conclusión de todo esto, queridos niños, es que las guiris se confían demasiado; si hubiera querido os podía haber vendido una turca desorientada. Estas extranjeras no tienen sentido común.
Mis pies están en rehabilitación psicológica. Lloran cuando me acerco a unos tacones. Espero que lo superen.
p.d. Pero qué posts más largos pongo últimamente. A ver si reduzco un poco, que os va a dar algo.