Mañana defiendo mi proyecto de fin de carrera, y si no paro un poco entre ensayo y ensayo me voy a quedar afónica, así que voy a aprovechar para contaros mi maravillosa experiencia hostelera en Bilbao.
Hace tiempo se alinearon los planetas y coincidió que venía
mi grupo favorito a tocar al BBK, que a Fog también le gustan esos tíos y quería ir a verlos, y que la fecha era después de la entrega de mi proyecto pero no coincidía con la defensa. Por tanto cogí entradas corriendo para ir el jueves 11 de julio al festival.
El BBK, para el que no lo sepa, es un festival de música celebrado en Bilbao, muy conocido, en el que tocan unos grupos estupendos y donde el mal olor corporal de la gente queda casi totalmente encubierto por el aroma a marihuana que flota en el ambiente. Claro que ésta es la definición de la inmensa mayoría de festivales de música famosos del mundo, pero éste es el que yo conozco.
Por informaros un poco de como fueron los conciertos, hay dos a destacar:
Editors, un concierto estupendo pero muy corto, aplatanado enormemente por la panda de muermos que me rodeaban. No cantaban. No bailaban. No aplaudían. No tenían sangre en las venas. Gente que había pasado una hora sentada en la primera fila para que no le quitaran el sitio pero que ni se sabía las canciones. Misterios de la naturaleza.
Depeche Mode, vaya fiesta. La cantidad de droga que se habrán metido sus integrantes probablemente dé para mantener un par de redes internacionales de narcotráfico enteras. Pero qué energía. Qué manera de dar vueltas. Qué raya del ojo tan pintada y qué escote el de sus chalecos. Un espectáculo. Del público de este concierto tengo que decir que había lo que me imagino sería un crítico, o simplemente un tipo muy pedante, que se enfadaba cuando la gente cantaba las canciones famosas y que le gritaba improperios a los miembros de la banda cuando no cumplían con los acordes a rajatabla. A ratos refunfuñaba algo y escribía en su libreta.
De los demás que vi, enteros o a cachos, sólo digo que fueron estupendos, y os dejo enlaces por si no les conocéis y os apetece experimentar:
Two Door Cinema Club,
Biffy Clyro,
Little Boots,
Edward Sharpe & the Magnetic Zeros,
Billy Talent (éste a mí no me va, pero yo os pongo un enlace por si a vosotros os gusta), y
Alt-J, que desafortunadamente terminaron justo cuando yo llegué.
Pero yo no he venido a hablar de música. Yo he venido a hablar de cuartos de baño.
Una maravilla, los baños del BBK.
Subo los tres escalones que llevan hasta el caseto que contiene los baños, abro la puerta, y...
¡un agujero en el suelo!
¡Qué bien!
Bueno, no pasa nada, los había visto antes en restaurantes (!) en Italia, así que mucho no me escandalizo. Pero yo no soy la única que se está encontrando con ese percal.
¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHH PERO SI ES UN AGUJEEEEROOOOOOOO!!!
Pobre. Está en shock. Oigo a su amiga:
- Bueno, pues así no te manchas. Venga, venga. - Y empuja a su amiga al interior del baño.
Tampoco tengo claro qué esperaba encontrar la chica en un festival de música, la verdad.
Pero lo bonito no son los agujeros en el suelo. Lo que mola es cuando se hace de noche, tú vuelves al baño, y ves que no hay luz. Genial, teniendo en cuenta, además, que la puerta llega desde el techo hasta el suelo, así que no entra ni una triste franja de claridad. Es interesante recordar también que al no haber taza, fluidos de todo tipo impregnan el suelo. Siempre está bien recordar estas cosas.
Suspiro, le emplumo mi mochila a Fog, y entro en el cuchitril, toda determinación, con un pañuelo de papel en una mano y el móvil iluminando el camino en la otra, sujetándolo como si me fuera la vida en ello ante la pavorosa posibilidad de que mi lista de contactos desaparezca por el agujero del suelo hacia su trágico destino. Oigo a un chico detrás de mí.
- Jo tíiiio, la gente va preparadísima. - Lo dice con una admiración inmensa, como si fuera yo la inventora de utilizar el móvil como linterna y de llevar en el bolso una alternativa al papel higiénico. Pero tengamos en cuenta que el tipo tenía más alcohol en sangre que glóbulos rojos. En ese estado todas las ideas parecen geniales.
Pero en fin, sobreviví a los baños de campo de concentración aquéllos y me fui a ver más conciertos.
Lo divertido fue al llegar al hostal.
Fog y yo teníamos cogidas dos camas en una habitación de seis personas en un lugar llamado
Moon Hostel Bio.
Nos cobraron 40 euros por cabeza. En una habitación en la que dormíamos con cuatro desconocidos. Estaréis pensando lo mismo que yo, que por ese precio tendríamos geles perfumados en el baño y un buffet para desayunar, como mínimo.
No.
Lo digo de este sitio porque es al que fui yo, pero vamos, que son todos igual de ladrones; en cuanto se acerca el festival te clavan verdaderas barbaridades por una habitación cochambrosa. Las zonas comunes del hostal eran súper monas, la localización era buena y la recepcionista era un amor, pero mi cortina de ducha no sé los años que llevaría allí, entre las literas no cabía un alfiler, y en mi litera no había ni una balda en la que poner el móvil, o las gafas, o algo. Si quería algo del suelo, tenía que gritarle cosas a Fog para que me las pasara él, que estaba más cerca del suelo. Un desastre.
Además, entre mis compañeros de habitación, una panda de británicos encantadores, se encontraba una chica que roncaba como un rinoceronte. Comento.
¿Termina aquí mi odisea con la hostelería vasca? Evidentemente no.
El viernes optamos por ir al Guggenheim y después a la playa. Desayunamos unos bollos y un café estupendo en una cafetería cercana al hostal, nos fuimos al museo, intentamos, sin éxito, engañar al recepcionista para que nos hiciera un descuento, vimos el museo y nos marchamos a la playa.
A las seis de la tarde o así, nos fuimos de la playa en busca del coche, parando por el camino a comer algo en un bar.
La playa a la que fuimos se llamaba Neguri, y el bar era algo parecido. La estación de Neguri. El descanso de Neguri. El antrazo de Neguri. No sé, algo así. En cualquier caso, por si vais por allí, lo reconoceréis porque está ambientado al milímetro con material de Bob Dylan.
Si estáis en la zona y detectáis dicha ambientación, corred.
Entramos. Qué sitio tan chulo, qué bien decorado. Veo bollos. Mmmmm bollos. Le pregunto al tipo, que tiene una pinta de cocainómano espantosa, que si nos dan de comer. Me dice que sólo le queda ensaladilla rusa. Pedimos una ración para los dos.
La ensaladilla viene en un plato hondo, sobre otro vado que sirve de soporte. Lo pone encima de la barra y yo identifico algo raro.
Observo.
No puede ser.
Igual... sí va a ser.
Pero es que no me lo puedo creer.
Desde el plato vado me observan, completamente rebañados, dos huesos de aceituna masticados por el cliente anterior.
Después de la fauna que correteaba por los pinchos
del bar aquél, creo que esto es lo más grotesco que me he encontrado jamás en un bar.
Me aparto un poco del plato y estiro el brazo y el dedo índice.
Yo - ¿Qué es eso?
Fog mira. El camarero mira.
Camarero - ¿El qué?
Estiro más el brazo.
Yo - ESO.
Fog ve el peligro potencial de la situación y le intenta quitar hierro al asunto.
Fog - Um, eso, que se habrá quedado ahí de antes...
Camarero - Ah. Se habrá caído de otro plato.
Tira los huesos y nos devuelve la ensaladilla, sin dignarse siquiera a cambiar el plato vado de soporte.
La gente me dice que soy una borde, que soy muy agresiva, y bla bla, pero no dije nada más. Me comí mi parte de la ensaladilla, incluso.
Ya en la mesa:
Yo - Tú sabes que si la ensaladilla está mala, la hemos liado gordísima, ¿verdad?
Fog - Ya. - Mastica sin un ápice de preocupación.
Pero no estaba mala. No sólo no nos pusimos enfermos, sino que estaba riquísima.
Hay que reconocerle el mérito a los hosteleros vascos; incluso en antros infames, la comida es deliciosa.
Por último, comentar que el bar tenía un único baño, atascado. También oímos decir al camarero que se había roto lo de tirar cañas y que la cerveza salía como si fuera pis.
No dejéis de ir a este sitio, por favor. Una joya.